viernes, 18 de enero de 2008

Percepción del riesgo. ¡El batallón va a explotar!

¡Mijo el batallón se está incendiando! Fue la primera frase que escuché el sábado 29 de diciembre de 2007 acerca del evento del cual nos ocuparemos en este Rincón. Mi esposa me repetía lo que acababa de escuchar a través de una llamada telefónica. ¿Será que la guerrilla se metió al batallón? Fue una pregunta lógica en el contexto de nuestro convulsionado país. ¡No creo que sean tan osados!, pensé dubitativamente.


Así iniciábamos un día extraordinario en nuestras vidas. Si bien ya habíamos vivido otros sucesos propios en la anterior violencia urbana de Medellín, este evento se presentaba como una oportunidad única para confrontar algunas posturas sobre la percepción del riesgo. Volvía a mi mente una frase que he defendido en otros artículos de este Rincón: ¡El riesgo se vive en la tormenta! Y allí estábamos nosotros, en medio de la tormenta.


¡Papi mira la humareda que está saliendo del batallón! El grito de mi hija vino acompañado del sonido de algunas explosiones. ¡La cosa parece grave!, pensé con preocupación. Mi primera decisión fue dar la orden de no asomarse a las ventanas y de ubicarnos en el nivel más bajo de nuestra vivienda, luego encendí la radio y el televisor en búsqueda de nueva información. No era la guerrilla, se trataba de un accidente que dejó como resultado inicial la explosión de una granada en la armería de esta guarnición militar. He ahí la primera confrontación con los estudios sobre la percepción en general y sobre la percepción del riesgo en particular… la carga teórica.





La percepción pública del riesgo no sólo se fundamenta en los fenómenos naturales o tecnológicos que lo originan, se fundamenta además en las creencias (falsas o acertadas), en los valores y principios culturales, en la información distorsionada de las diferentes fuentes divulgadoras del riesgo, en la tradición histórica que constituye el universo de la experiencia del agente perceptor, en su carga teórica, en sus emociones, y en muy bajo grado en las estimaciones probabilistas de los expertos. Esta percepción pública construye sus propios riesgos, los acepta o los elude, los prioriza, los gestiona, los representa y los divulga, se convierte a su vez en fuente de nuevos riesgos[1]

Mi carga teórica me decía que estaban explotando granadas, municiones y morteros. No tenía información sobre la cantidad, pero por el gran número de explosiones parecía que el polvorín era enorme. Mi primera decisión era coherente con mi carga teórica, debíamos protegernos de las esquirlas. Pero… llegó más información. Los organismos de seguridad a través de los medios de comunicación instaban a la evacuación inmediata de los barrios vecinos a la tragedia.

¡Mijo su hermana me llamó llorando, dice que debemos evacuar! ¿Evacuar? ¿Por qué? Eran interrogantes que no encontraban respuesta en mi carga teórica. Están explotando granadas, morteros y municiones y mi vivienda se encuentra a unos 500 metros del lugar ¡están exagerando! Quizá sea un caso de amplificación del riesgo. Abrí la puerta de mi casa para observar la reacción de mis vecinos. Observé a uno con rostro de preocupación, al pasar a mi lado expresó: ¡hermano salga de aquí que si el incendio llega al sótano… vuela mierda al zarzo!. Luego se alejó con su familia como alma que lleva el diablo.

¡Mijo volvió a llamar su hermana, sigue angustiada y dice que ellos si van a evacuar! Terminando la frase mi esposa, se escuchó una explosión seguida de una fuerte vibración de la estructura de nuestra casa. En ese momento recordé la explosión de Cali, la cual arrasó con más de 40 manzanas.

El 7 de agosto de 1956 en Cali se registró el más pavoroso desastre de origen industrial. Siete camiones militares cargados con 40 toneladas de dinamita gelatinosa explotan, arrasando con más de 40 manzanas en cinco barrios de la ciudad. El EMDAT registra 2,700 muertos, los caleños hablan de más de 10,000. “Durante tres días seguidos, recibí volquetadas de cadáveres”, es el testimonio de uno de los sepultureros de la ciudad. “volaban bolas de fuego, creí que el mundo se estaba acabando”, dice otro de los testigos del desastre.[2]


Al diablo con mi carga teórica, al diablo con el riesgo, en la incertidumbre reina la precaución. ¡Vámonos inmediatamente! Le dije a mi familia y sin más preparativos nos alejamos de la tormenta.

Fuera de la casa observaba con atención la reacción de otros vecinos, era mi oportunidad de estudiar el riesgo… en el riesgo mismo. Algunos, como nosotros, se alejaban del lugar; otros estaban tranquilos como si nada ocurriera y, lo que más me dejaba perplejo, era la curiosidad que invitaba a acercarse al lugar de los hechos. Eran muchos los curiosos asomados en balcones y azoteas o en las calles aledañas al batallón. Estos vecinos no percibían el riesgo, podía más la morbosa curiosidad.

Mientras nos alejábamos, en nuestro auto seguía escuchando las noticias. ¡Algunos habitantes cercanos al lugar del siniestro se niegan a evacuar por temor a que roben sus casas! Decía un funcionario de la defensa civil entrevistado por la emisora que tenía sintonizada ¡Por favor, no se apeguen a las cosas materiales! Se le decía a la población reacia a evacuar. El sempiterno problema en las evacuaciones… el apego a lo material. Igual ocurrió en Nueva Orleans o ahora con los riesgos inminentes del volcán Galeras en Colombia y del volcán Tungurahua en Ecuador. Parece que sólo cuando las rocas volcánicas o las esquirlas estén sobre sus cabezas, percibirán el riesgo.

Al otro lado de la ciudad la percepción del riesgo respondía a las teorías psicológicas, en especial la psicométrica de Paul Slovic y colaboradores. El riesgo lejano minimizaba la percepción. A pesar de observarse la humareda que se elevaba en la lejanía, no había mayor interés por el suceso. Nosotros, los evacuados, relatábamos el acontecimiento, pero los nuevos perceptores del riesgo seguían su vida cotidiana, como si nada estuviera sucediendo.

Por mi parte, me concentré en los medios de comunicación. La información era esporádica, parecía que tampoco había interés por parte de los medios. Los dos muertos que reportaban las autoridades castrenses quizá no eran suficientes para captar su atención. En una de las entrevistas, un soldado explicaba que si el fuego alcanzaba las bombas “V1”[3] podía arrasar con algunas manzanas. Posteriormente, otro vecino me decía que había evacuado porque sabía de la existencia de “bombas papaya”. Al día siguiente en los periódicos se hacía alusión a morteros de 120 milímetros, quizá a eso se refería el soldado entrevistado y mi vecino. Lo cierto es que nos dejamos llevar por las creencias y el pánico que genera la ignorancia… la incertidumbre. En ningún momento se dio orden de evacuación en nuestra unidad residencial, el temor de los organismos de socorro y del ejército se debía al daño posible por esquirlas y sólo ordenaron evacuar las viviendas más cercanas al batallón.

La espera fue larga, el evento había comenzado cerca de las 10:30 de la mañana. A las 3 de de la tarde aún se observaba la humareda. Cuando observé los helicópteros cargando el agua para apagar el fuego, supe que el riesgo había pasado, la tormenta había cesado. Regresamos a nuestro hogar sin el menor impedimento, no había restricciones para al ingreso a nuestra Unidad… nunca las hubo.

Un joven le comentaba a mi hija que se había perdido lo mejor. A las 2 de la tarde se sintió una gran explosión que hizo vibrar todas las casas del sector. Me hizo recordar algunas imágenes de niños en medio del desastre, sonrientes, jugueteando con las aguas de una inundación o en medio de los escombros dejados por una explosión. Niños ignorantes del riesgo. Niños cuya percepción de riesgos como el generado por las explosiones del batallón es nula… completamente nula. Por contraste, nosotros lo habíamos amplificado, habíamos construido un nuevo riesgo.

Pese a todas las teorías sobre la percepción, me llama la atención el análisis del filósofo escocés David Hume en torno a dos conceptos que experimentamos en la tormenta: creencia e incertidumbre. En la influencia que puede presentar la creencia en la percepción, Hume trae como ejemplo: “un cobarde, cuyo miedo se despierta fácilmente, asiente con facilidad a toda noticia del peligro que le den, lo mismo que una persona de disposición triste y melancólica es muy crédula para todo lo que alimenta su pasión dominante” (Hume, 1738, p.67). Existe entonces, según Hume, una predisposición de ciertas personas a creer o formar creencias en torno a riesgos, así no se haya presentado una impresión externa del mismo.

Las emociones juegan un papel importante en la racionalidad o irracionalidad de nuestras decisiones. En un principio estuve desconcertado, luego estuve seguro de mi decisión desde mi carga teórica, posteriormente surgió la incertidumbre que reformó mi creencia: están explotando granadas, municiones, morteros y es posible que explote algo potencialmente destructivo. “El pánico, la impotencia, el dolor físico (sensación) y otras emociones pueden, retardar decisiones importantes” (Elster, 1996). Igualmente ocurrió en la percepción del riesgo con los habitantes que no evacuaron. La permanencia en la zona de riesgo, ante la inminencia del riesgo, podría considerarse una decisión irracional; sin embargo, no es fácil conocer las emociones que llevaron a tomar tal decisión. La incertidumbre asociada al riesgo pudo dar surgimiento a la esperanza de la no ocurrencia de un desastre, el pánico por la posible pérdida del único patrimonio de algunas familias quizá influyó en la decisión, el apego a lo material, la desconfianza en la información de los expertos o cualquiera otra causa son posibles escenarios de múltiples emociones que afectaron directamente la toma de decisiones frente al riesgo.

Nuestra decisión de evacuar fue racional desde nuestra creencia. Otra decisión hubiera sido irracional.

Para terminar, quiero resaltar una frase que escuché ese día en la radio: “Todavía hay riesgo… riesgo significa que algo puede suceder, no que sucederá”. Era el mensaje de nuestro Alcalde. Concluyo con esta frase porque es un concepto de riesgo con el cual estoy totalmente de acuerdo. Resalto lo de posibilidad como un concepto que justifica mi evacuación, pero que a su vez también justifica a aquellos que decidieron quedarse… pero con una gran diferencia: yo no perdí nada al equivocarme en mi decisión, ¿qué hubieran perdido mis vecinos, si los equivocados hubiesen sido ellos?

Bibliografía

Hume, D. (1837), A Treatise of Human Nature: being an attempt to introduce the experimental method of reasoning into moral subjects. Chile, Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. Edición electrónica (www.philosophia.cl), 2004

Elster, J. Rationality and the Emotions, the Economic Journal, 106, 1996, 1386-1397.

Gunawardane, N & Noronha, F. Communicating Disasters. An Asia pacific Resource Book, 2007



[1] No estoy seguro de su escritura. En mi búsqueda de una bomba con tal denominación sólo encontré referencia a unas bombas de la segunda guerra mundial.

2] Véase Colombia país de desastres en el Rincón del riesgo de diciembre de 2005 (www.rincondelriesgo.blogspot.com) El EMDAT es una base de datos de desastres internacionales de la Universidad de Lovaina en Bruselas, Bélgica, clasifica en los primeros lugares los desastres de Villatina (por deslizamiento de una de las laderas de Medellín), Armero (de origen volcánico) y el de Cali (accidente industrial poco o nada conocido por muchos colombianos)



[3] Tomado de una de las conclusiones de mi trabajo de investigación sobre la percepción del riesgo.

1 comentario:

Unknown dijo...

Muchas gracias por tan buen análisis de ese momento que vivimos los habitantes de Buenos Aires y en especial los vecinos del batallón. Muchos pensamientos encontrados, gracias a Dios no pasó a mayores y es una anécdota para recordar.