miércoles, 1 de marzo de 2006

Anticipación de los impactos de la tecnología en los países menos desarrollados

Anticipación de los impactos de la tecnología en los países menos desarrollados[1]

Cuando los beneficios de cometer un delito superan los costos, una persona lo cometerá”. Gary Becker (economista de la Universidad de Chicago), tomado de “El fin del hombre” de Francis Fukuyama

En el contexto de esta intervención y en aras de evitar cualquier discusión epistemológica, parto de los siguientes supuestos: considero “naturaleza” o “natural” el actual entorno biofísico, técnico y cultural, no se trata entonces de una naturaleza soñada o evocada, se trata de tantas naturalezas como entornos biofísicos, técnicas y/o culturas poseamos. Se trata de “su” naturaleza, de “mi” naturaleza, de la naturaleza real o representacional que de ella se tenga; el segundo supuesto es el delito, el cual asumo como la trasgresión a la naturaleza antes supuesta, es delito entonces, la eliminación de la actual “mariposa monarca”, es delito el reemplazo de cultivos endógenos por cultivos transgénicos, es delito el riesgo de origen tecnológico hecho real.

Una de las características de los países menos desarrollados es la baja inversión destinada a las actividades I+D+I y como consecuencia, la baja o nula inversión en estudios sobre los impactos de las nuevas y viejas tecnologías en el entorno natural y social de estos países. Por otra parte, las políticas públicas asociadas a los intereses de los grupos económicos, poco apoyan las iniciativas conducentes a evaluar estos impactos, propiciando el delito ecológico, cultural, o social. Delito que desde el déficit cognitivo presente se puede calificar de no intencional, pero que desde la irracionalidad científico tecnológica en la evaluación de impactos es claramente intencional.

Negar que la tecnología sea un factor esencial en el desarrollo de los países es tan absurdo como negar que es un factor esencial en la aparición de los nuevos riesgos. Negar la sociedad de la tecnología o del mundo artificial de Broncano es negar la sociedad del riesgo de Beck.

Estos riesgos de origen tecnológico que han disparado las alertas en la precaria relación tecnología – sociedad se dejan evidenciar a través de lo que los medios de comunicación logran o les es permitido informar: el mal de las vacas locas (encefalopatía espongiforme bovina o EEB), el adelgazamiento de la capa de ozono, el calentamiento global, el amianto en la industria, la catástrofe nuclear, la contaminación por residuos tóxicos, los efectos inciertos de los alimentos transgénicos son sólo unos pocos ejemplos de los impactos no anticipados.

Los impactos de la bomba atómica y del ataque terrorista del 11 de septiembre, son tan reales que el riesgo objetivo de los expertos se confunde con el riesgo subjetivo de nosotros los legos. El riesgo real se democratiza, se estrecha la relación tecnología – sociedad, se crean los pactos, las políticas ahora tienen en cuenta la participación ciudadana.

Pero riesgos no tan visibles como los originados por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, en especial “Internet”, y los riesgos aún inciertos que nacen desde la biotecnología se constituyen en tema obligado en cualquier agenda de desarrollo tecnológico.

Estos nuevos riesgos no respetan el nivel de desarrollo de uno u otro país.

La ingeniería genética y su gran producto, el proyecto del genoma humano, ha generado movimientos sociales agrupados en torno a la incertidumbre asociada al futuro uso de este nuevo conocimiento. La posibilidad de delitos, aparentemente superados como el de la eugenesia o delitos contra la dignidad humana, propicia a su vez que los gobiernos de países más desarrollados creen organismos que permitan evaluar y si es del caso regular estas nuevas tecnologías. El subprogama ELSI (Ethical, legal and social issues) de los EEUU, el ESLA en Europa o el Comité Internacional de Bioética de la UNESCO refleja la preocupación de científicos, políticos y de la sociedad en general frente a estos nuevos desafíos del mundo tecnológico.

Surgen entonces los primeros interrogantes, ¿Por qué en nuestros países, menos desarrollados, no existen este tipo de organismos? Igual somos consumidores de alimentos genéticamente modificados e importadores de plaguicidas organofosforados (posible causante de la EEB y no los piensos como se piensa). Nos hemos constituido en atractivos clientes de “empresas trangénicas” como la Monsanto, ¿Cuáles son las políticas de prevención y regulación que debemos formular? ¿Priman los intereses económicos sobre el bien general? ¿Cómo evitar el delito?

Paralelo a la globalización de la economía, surgen tratados como los del libre comercio que permitan el fortalecimiento no sólo de los mercados sino el de la sociedad del riesgo. No es raro entonces que prime el maíz transgénico sobre el maíz autóctono, el maíz de ese cada vez más extraño “mundo natural”. Bajo el pretexto de calmar la hambruna mundial, se crean riesgos cuya severidad, no evaluada, pone en peligro la existencia de la ya tan deteriorada naturaleza, ignorando que el problema no es de comida sino de pobreza. El desequilibrio ecológico y la pérdida de biodiversidad se resisten a cualquier juicio ético de costo-beneficio.

¿Cuál es entonces, el papel de los países menos desarrollados en estos juicios éticos? ¿Seremos simples cómplices de los delitos, con el uso y abuso de las nuevas tecnologías?



[1] Intervención en el Encuentro Internacional de TECNOLOGÍA Y DESARROLLO. Instituto Tecnológico Metropolitano. Medellín, 1 de marzo de 2006

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