martes, 17 de agosto de 2010

RIESGO MECÁNICO. El costo de una simple bujía

Sé que muchos han pasado por las angustias que produce algún problema del auto, especialmente cuando no se identifica con claridad dónde está el problema. Quiero compartir las diferentes situaciones sufridas por el daño de una simple bujía.

La primera vez que noté la pérdida de fuerza del motor vino acompañado de un extraño ruido, que popularmente se le dice “un pajarito”. Comprendí la expresión porque el sonido era como el trinar de algún pájaro. Aproveché un fin de semana y fui donde mi mecánico de confianza. En asuntos mecánicos, es un riesgo no contar con un mecánico de confianza… te pueden exprimir. Algo extraño ocurrió, al llegar al taller el pajarito desapareció. Recordé las veces que llevaba mis hijos donde el médico y, como una ley de Murphy, la fiebre desaparece.

Álvaro, aprovechemos para arreglar el babero (lámina inferior que protege el motor). Le hice esta solicitud a mi amigo mecánico, para no perder la ida al taller. Me envió con uno de sus auxiliares a un taller cercano para realizar la operación. Al regreso, apareció el pajarito ¿Lo oyes?, le pregunté al auxiliar. Me respondió afirmativamente: parece que es la correa, te la voy a calibrar. Cuando bajó la correa, notó que el alternador tenía problemas, me sugirieron el cambio de los rodamientos. Luego de dos horas, el alternador estaba funcionando perfectamente… al igual que el pajarito. Otro auxiliar pegó su oído y descubrió el problema… unos tornillos flojos en el carburador… me fui contento con mi alternador y sin pajarito.

Regresé con mi esposa a la semana siguiente. Álvaro, dale un recorrido al auto y me dices ¿qué notas? Luego del recorrido, me preguntó ¿hace cuánto que no cambias el clutch (embrague)? Miré extrañado a mi señora… no lo recordaba. Acordamos que le dejaría el auto al lunes siguiente para el cambio del embrague. Parecía que tendría, por fin, solución el problema de fuerza del auto. Ese lunes, esperé con paciencia noticias de mi mecánico. A las dos horas me llamó. Te cuento los problemas que he detectado… empezó Álvaro: efectivamente, el clutch está demasiado deteriorado, tienes los amortiguadores delanteros estallados, igualmente hay que cambiar las mogollas, el buje tapa quinta, bocín, aceite de caja, rodillo y bandas traseras… etc. Del etcétera entendí lo del embrague y los amortiguadores ¿cuál es el costo de todo lo que me dices?... le pregunté. Su respuesta me hizo pensar sobre comprar otro auto o continuar con mi viejo Skoda… decidí por la segunda opción… bueno, en realidad, mis ahorros tomaron la decisión.

Fui por mi auto y salí contento al notar que estaba con más fuerza, además de sentirlo más suave cuando le atinaba a algún hueco de las calles de mi ciudad. Soy un experto para pasar sobre estos huecos… no los veo… los siento, he ahí el problemas de los amortiguadores.
Mi dicha duró ocho días… el auto volvió a perder fuerza. Como cosa curiosa, vino acompañado de otro efecto extraño… la pérdida de energía. Ahora presentaba dificultada para el encendido, además de notar pérdida de fuerza en el limpia brisas. Fui a hacer revisar la batería ¿Hace cuánto tiempo que compró la batería?, me preguntó la persona que me atendió. Pues, hace un año, usted mismo me la cambio… le respondí. La siguió revisando para descartar problemas con el alternador… la batería está mala, sentenció el sujeto. Deme el papel de la garantía y se la cambio… el riesgo de no documentar. Luego de varios minutos, concluí que la había perdido… recordaba a mi señora botando cuanto papel había en el carro ¡Mijo, usted porque acumula tanta basura!, es una de sus constantes recriminaciones. Esa basura costaba… bueno, el valor es lo de menos. Mi indignación, como auditor de calidad, es no haber registrado apropiadamente el documento. Por fin, tendría mi carro con “cero no conformidades”.
Aproveché que al lado del lugar había un centro de revisión de frenos. ¿Me revisa los frenos delanteros?, le dije al dueño del lugar (ya había cambiado las bandas traseras con Álvaro). Mientras le daba los datos al dueño, un mecánico tumbó en unos segundos las ruedas delanteras y… señor, tiene las pastas completamente acabadas, obviamente esto afectó a los discos que deben ser cepillados. Observe, además, las mangueras del líquido de frenos exageradamente fisuradas, en cualquier momento se le pueden explotar. Recordé los fines de semana que bajo con mi familia por una de las lomas cercanas al lugar de mi residencia. Recreé el fatal escenario… pérdida de frenos y… Además, continuó el señor, es necesario cambiar el líquido de frenos. Conclusión, estaba con un alto riesgo mecánico. Ya no pregunté por el precio, di la orden de realizar el trabajo.

Salí con mi auto renovado, con buena fuerza… parecía que mis padecimientos habían terminado. El día de hoy, que escribo estas notas, mi desconsuelo llegó a su punto máximo.
En mi ciudad estamos en la “fiesta de las flores”, que se combina con algunos actos de protesta por la próxima posesión del nuevo presidente de los colombianos. A lo anterior se suma que este día tiene restricción por el número de mi placa. En Colombia existe el llamado “pico y placa” que exige la no circulación de vehículos en ciertos horarios, de acuerdo al número de la placa, con el fin de evitar congestiones. Quien sea sorprendido se sanciona o se le realiza un “parte”.
Lo de los “partes” me recuerda una simpática ocasión con mi hijo de seis años, que quiero relatar antes de continuar. Otra infracción en nuestro código de tránsito, es llevar niños menores de 10 años en el asiento delantero. De vez en cuando, infringimos, irresponsablemente, esta disposición. Siempre le había advertido a mi hijo lo que ocurriría si no sorprendían. Cuando le advertía la presencia de los agentes de tránsito, se escondía con una asombrosa velocidad en la parte inferior del asiento… se quedaba estupefacto. Cierta vez, me preguntó ¡Papi! Si nos sorprenden, ¿también me parten a mí? Sin analizar su pregunta, le respondí afirmativamente. ¡Descarados!, ¿por qué matan a los niños?

Retorno ahora al problema de hoy. Decidí, entonces, regresar a mi casa antes de que fuera sancionado por alguna autoridad de tránsito. Pese a la medida restrictiva, la ciudad era un caos. Pese a todos los arreglos en mi auto, hoy tenía menos fuerza que nunca. Mi antiguo Skoda parecía que estaba en sus últimas horas… su fuerza era cada vez menor. Llegué a mis casa sudando, creí que nunca lo lograría. Desesperado, abrí el capó (tapa del motor) y lo observaba sin entender el problema. Revisé agua y aceite, usé un limpiador de carburador… mi auto languidecía. Recordé, de pronto, un consejo de un mecánico hermano de mi esposa… ¡LAS BUJÍAS! Su consejo era aislar una a una las bujías hasta detectar que alguna de ellas no afectaba el sonido del motor… encontré la bujía culpable de mis penas o, visto de otras forma, culpable de advertirme de los riesgos mecánicos a los que había expuesto a mi familia.
Aquí el dicho “en casa de herrero, cuchillo de palo” tiene sentido. He dedicado varios años de mi vida a investigar sobre el riesgo, a escribir sobre el riesgo, a finales de este año defiendo mi tesis doctoral sobre el riesgo, pero…

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